Que
no derriben aún la casa,
Porque la casa es como un sueño,
Como un manjar de tierra húmeda.
Unas tejas son mucho más,
Pueblo, ciudad, Arte...
Siempre unidas a unas paredes que contemplan la vida.
FoguéEN NOMBRE DE TODOS LOS MIOS
Sentados frente a la lumbre en la
cocina de la casa, ellos se miran, con arrogancia él, gran mozo, fornido,
hermoso y, tímidamente ella bajita y descolorida, dice “tendremos nuestra casa
e iremos construyendo un gran árbol, con raíces profundas, en esta tierra que
nos ha visto nacer y nacerán hijos que serán nuestras hojas ”
Llegó la primavera, otra y otra…
y muchas más y una hoja y otra hoja y muchas más.
Estoy triste decía ella
llorosamente, pues algunas hojas se las llevó el viento y se llevará más,
muchas más.
¿ Porqué todas verdes ?, quiero
una hoja rosa. Por fin llegó, con color de trigo maduro.
Me ayudará en la casa, decía
ella. Nos cuidará en la vejez, decía él. La hoja rosa, saltaba, brillaba, era
feliz.
Llegaron más hojas y una de ellas
se perdió un día, un año, cerca del río, dónde había ruidos y gritos. La fue a
buscar la hoja más marrón pero se la llevó el viento. Tristeza en las hojas.
Ella lloraba, él miraba al cielo
buscando aquella hoja que se fue con un verde nuevo.
Un día gris, lluvioso, el gran
tronco se abrió como la tierra en otoño, ella se fue en busca de aquella hoja
que cerca de un río se perdió entre ruidos y gritos. Todas las hojas se
abrazaban a él, se quedó abierto, ajado.
Llegaron más hojas de otras
muchas raíces algunas de la misma tierra, de lejos, de cerca de un río, de
cerca del mar. El sonreía, miraba al cielo y le decía a ella, “estamos aquí
todos del mismo árbol, miro las hojas, tus hojas, te veo a ti ”
Pasado el tiempo lo que quedaba
del gran tronco se quebró, él también se fue. Todas las hojas como alas de
mariposas despidieron aquel tronco altivo, de las raíces de ella y de él.
En esas casas con chimeneas y llamas
de colores, en esos veranos de siega y trilla, de aquellas ramas jóvenes, nacieron
tallos nuevos, nuevas hojas.
Pasó el tiempo, cayeron las
hojas, unas sobre las tierras áridas, otras cerca del río y otras cerca del
mar, en un otoño anaranjado.
Aquellas hojas tenían brotes
nuevos, del gran tronco de él y de ella, sus raíces se agarraban a la tierra
como si quisieran permanecer el mayor tiempo posible. Nunca sus raíces se
secaron.
Todas las hojas, marrones,
verdes, rosa, en ese espacio infinito habían creado otro gran y frondoso árbol
y se movían suavemente como cometas de colores.
Entre tierras distintas con ríos,
mares, luces y sombras brotarán nuevos tallos con sus nuevas hojas.
Él y ella serenamente
pensarán “ Construir un gran árbol
mereció la pena ”
Quinita Fogué Royo.
Mayo 2011.
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